Muestro lo que percibo...

Muestro lo que percibo...

domingo, 28 de noviembre de 2010

Vuelo tras la lluvia

Había salido del trabajo casi al amanecer. Sin embargo la lluvia parecía haber ahogado al sol. El cielo estaba muy oscuro. Ya hacía tres días que llovía incesantemente. Y por lo pronto, no parecía que fuese a escampar.

Alondra estaba empapada por la lluvia cuando llegó a la casa. Subir 128 escalones y saltar los incontables charcos de agua no podían dejarla en otro estado. Su marido salía cargando al hijo de ambos. Lo llevaba como todas las mañanas al Centro de Cuidado Comunitario. Del bebé, de apenas 20 meses, solo se veían los adormecidos ojitos, a través de la cobija que lo arropaba. Solo hubo tiempo para que ella le diera un rápido beso al niño, mientras su marido le decía que él regresaría a comer como a las 2pm.

Ya sola en la casa, Alondra pensó que tendría toda la mañana para dormir. Luego haría el almuerzo y saldría a recoger al niño “del cuido”. Esa era su vida. Desde el nombre hasta su trabajo y familia, todo era diferente a lo normal.

La mañana era el tiempo de reencontrarse con ella misma y sus sueños. Alondra quiere ser secretaria, tener un horario de trabajo normal y poder compartir por las tardes y fines de semana con su hijo. Tener una verdadera casa en un barrio mejor, donde el niño pudiera ir a la escuela, hacer deportes y crecer sano y fuerte. Todo lo opuesto a lo que tenía con su marido en el cerro de Santa Cruz del Este. Alondra rezaba pidiendo a Dios y a la Virgen que su vida cambiara para mejor.

Alondra había estudiado hasta noveno grado. A los 16 años se había enamorado, abandonando la escuela y la casa materna. Se fue a vivir con el que hoy es su marido. Como el trabajo de él no pagaba lo suficiente para mantenerlos a ambos, Alondra tuvo que aceptar un trabajo de mesera, en el negocio de un compadre de su marido. En el momento que quedó embarazada, fue “promovida a bartender” para mantener el trabajo, a pesar de la barriga. Casi cuatro años después de abandonar el nido, Alondra siente que sus alas aún no han crecido. Pero le urge volar.

Afuera sigue lloviendo. Alondra se acuesta a dormir el sueño matinal que sustituye al nocturno. Al sueño normal.

La lluvia arrecia y comienza a colarse el agua por debajo de la puerta principal de la casa. Por las paredes bajan cascadas de agua. A pesar del ruido del agua azotando el techo de zinc, el cansancio de Alondra es tan grande que no se percata del diluvio.

De repente se escucha un estruendo. Parecía uno de esos petardos llamados “Tumba rancho” que los bromistas solían detonar en año nuevo. Alondra se despierta. Se oyen las voces de los vecinos que gritan que el cerro se viene abajo.

Ella se levanta sobresaltada. Al poner los pies en el piso, la recibe el agua friísima a media pierna. Busca una bermuda de blue jean y una camiseta. Se viste y descalza sale a la vereda. En su mente sólo hay una idea: huir del cerro con su bebé.

Reina la confusión. Hay personas que escapan del torbellino. Muebles y objetos pasan flotando desde más arriba del cerro. Entre llantos, gritos y empujones, Alondra llega al lugar donde se encuentra el bebé. Con cara de susto pero con la confianza que da el amor, el pequeño se lanza en brazos de su madre, apenas la ve.

Cargando a su hijo, Alondra corre escaleras abajo, hacia el refugio que la Alcaldía ha preparado para los damnificados por la lluvia. En el registro consta que Alondra de Jesús Peres y Yilber Nazareno Londoño Peres habían llegado allí. Pero en la noche, cuando el marido de Alondra logró llegar al refugio, ni ella ni el niño estaban allí.

Una vecina creyó haberlos visto dormidos en uno de los colchones del refugio. Otra persona dijo que Alondra y el bebé habían salido a buscar los pañales del niño, aprovechando que había escampado. Pero la casa no existía ya, pues el torrente se la había llevado.

Alondra había pedido a Dios que cambiara su vida. Y sus ruegos habían sido escuchados.

domingo, 21 de noviembre de 2010

¿Gato Hood?

La mujer yace satisfecha en el lecho. La velada había sido muy divertida. Mi trabajo por esta noche ha terminado. Así que me dispongo a recoger mis pertenencias, colocándolas en la mochila que había traído.

Ella es una conocida dama de sociedad en esta ciudad. Las iniciales P.H. lo dicen todo. ¡Pero ya he dado demasiados detalles! La discreción es parte muy importante en esta profesión. La dama poseía una impresionante colección de joyas, acumuladas a través de los años y de los 4 o 5 maridos que ha tenido. Como ella suele decir: “relaciones lucrativamente consumadas”.

Me dispongo a abandonar la habitación, con mayor sigilo aún que el que tuve cuando entre. La mochila pesa más ahora. Pero también estoy satisfecho.

Ya en mi casa, repaso los hechos. La inversión en “La Sportiva”, las largas horas de entrenamiento en el gimnasio y en las montañas. Todo ello ha contribuido al éxito de esta noche.

Más que para ganar medallas o la admiración de las mujeres, hoy el rock climbing me permitió acceder a la casa solitaria y a mi botín. ¡Menos mal que la mujer llegó tan ebriaque no notó la caja fuerte abierta! Quizás ni siquiera note las piezas faltantes.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Aniversario

Caracas, 24 de diciembre de 2073. La ciudad se parece poco a la que describía mis abuelos en sus maravillosas historias. Me imagino que el tiempo, además del socialismo del siglo XXI, pueden ser los responsables de los cambios. Pero no es sólo un asunto de edificaciones remodeladas, calles con nombres desconocidos para mí o inesperados encuentros con héroes en plazas.

Como católica, aunque no devotísima, sigo la tradición familiar de ir a misa la noche de Navidad. La guía turística que me asignaron en el Hotel Rosinés, parecía muy competente, así que me atreví a preguntarle: “¿Cómo llego a la Iglesia de San Juan Bosco?” Esa era la iglesia favorita de mis abuelos, y siempre la mencionaban.

La cara de la guía no se inmutó. Sin embargo, yo no pude ocultar la sorpresa, cuando me informó que el principal templo salesiano de Caracas, ya no existía. “La revolución transformó todos los salones de reunión de cultos y élites, en espacios culturales de acceso libre para el pueblo. Si mal no recuerdo el teatro “Maisanta” funciona ahora en el lugar que Ud. busca” .

¿Insólito? No, para nada. Recuerdo que mi abuela contaba que cuando estuvo en Praga en 2005 y quiso ir a la Iglesia del Niño Jesús, las guías no fueron capaces de orientarla. Ni los transeúntes, de la que resultó ser, la calle que llevaba a la ermita de la imagen, fueron capaces de indicarle el lugar.

Como mi abuela, yo debía ubicar a algún católico que, ocultando su fe del régimen comunista, pudiera indicarme dónde oír una misa el día de navidad en Caracas.

Afortunadamente, lo encontré. Aproveché en misa, de dar gracias a Dios. Además de la Navidad, se celebraba un año más de la caída del régimen. El que, como prometía un olvidado slogan, cambió a Venezuela para siempre.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Apocalíptica

Parada en una esquina, dentro del automóvil. Esperaba para cruzar hacia la izquierda, cuando otro carro, que estaba parado a mi derecha, arrancó rápidamente, se cruzó delante de mi carro y pasó primero. Menos mal que yo no venía manejando. Iba a ser un choque seguro. En la radio, las noticias hablan de un tsunami, con muertos y otros destrozos, que acababa de ocurrir en Asia. Cambio la estación, para encontrarme la reseña de los asesinatos del fin de semana.
Estos hechos, ocurridos en menos de un minuto o dos, retraen mi memoria hacia un cuadro que vi en mi infancia.
A los 7 u 8 años, yo era una niña como cualquier otra, sólo que leía mucho y por ello, me enteraba de cosas que permanecían ocultas para otros niños de mi edad. En el Colegio Santo Ángel nos habían hablado de la Biblia, los diferentes libros que la componían, pero a esa edad, no pasábamos, oficialmente al menos, de las historias de la Anunciación o de La Natividad. Pero yo, curiosa y ávida de diferenciarme del montón, había ojeado el Libro de las Revelaciones. Había leído sobre las calamidades y señales que anunciaban el final de los tiempos. Imágenes de monstruos, pestes y caos que me parecían imposibles.
Por esos años mi familia y yo vivíamos en Guama, un pequeño pueblo en el estado Yaracuy, cuya exuberante vegetación daban cuenta de la riqueza de su suelo. Un pueblo agrícola, rodeado de haciendas y caseríos, por donde, se decía, deambulaban espantos, seres extraordinarios con largos abrigos o pelambres, descabezados, o con colmillos, garras y todo tipo de características siniestras. Guama era un lugar que hacia florecer con historias aterradoras, la imaginación de los más inocentes.
Como parte de aquella sociedad tan creativa, no podía yo dejar de imaginar mis propias historias de terror. La mía tenía que ver con el cuadro de la Sra. Consuelo.
La señora Consuelo de Brizuela era la enfermera del pueblo. No era de Guama. No sé cómo llegó allí pero claramente, no tenía el tipo guameño. Ella era menuda, de piel muy blanca y facciones finas. Sus ojos eran enormes, de un azul pálido que yo solo les había visto a las heroínas de Disney. Su cabello era largo, lacio y de color negro, pero con una especie de lunar de canas, que le nacía al lado izquierdo de su frente y se extendía hacia atrás, al peinarse con el cabello estirado y recogido en cola de caballo. Sus pálidas manos siempre estaban heladas, no sé si era que las sumergía en alcohol para desinfectarlas, o era su temperatura natural. La señora Consuelo siempre llevaba vestido camisero, con cinturón y falda de tachones, que llegaba a media pierna. “Es que ella es evangélica y no puede usar pantalones” explicaba mi vecina Lisbeth, dos años mayor y por supuesto, más informada que yo.
Papá nos llevaba a casa de los Brizuela y nos dejaba con mamá, como
a una cuadra de la casa. Supuestamente, el carro era muy bajo, y el pavimento lleno de huecos, no permitía que la parte final del viaje se hiciera sin dañar el auto. Así que mi mamá, mis tres hermanitos y yo, caminábamos esos últimos 100 metros para llegar al lugar de tortura: donde nos vacunaban o recibíamos alguna otra inyección que necesitáramos.
La casa era una vivienda del Banco Obrero, con una cerca baja de bloques y rejas de metal. Caminábamos por entre unos rosales sembrados frente a la casa y entrábamos a la sala, por la puerta perennemente abierta, a la usansa de los pueblos del interior, en esa época. La señora Consuelo salía a recibirnos, con su voz ronquita y sus manos heladas, nos saludaba. Como yo era la mayor de mis hermanos, debía ser la que esperara para ser atendida. “Espera sentadita en la sala, hijita” me decía la señora Consuelo. Así que yo, obediente, me subía al sofá.
Allí en la sala estaba el cuadro. Frente al sofá, colgado bien alto en la pared, como para que todos pudieran verlo. Nunca supe si era una pintura, un afiche o un dibujo hecho por alguno de los Brizuela. El título estaba escrito en la parte superior de la imagen: “Apocalipsis. Los últimos tiempos”.
La imagen estaba compuesta de diversas escenas que ocurrían en una ciudad, una montaña, el mar y el campo. En la ciudad, veías personas con expresión de terrpr, huyendo de otras con pistolas. En las calles había mucha basura y tubos rotos de aguas negras. Diversos accidentes de tránsito, con muertos en el piso, ensangrentados y descuartizados. La montaña en las afueras era un volcán, que manaba fuego a chorros, que corría por sus laderas destruyendo casas y cultivos a su paso. El mar era de un color entre azul y rojo, con peces muertos en las orillas: Se mostraban personas que huían del lugar, tapándose la nariz, asumo que para evitar el olor a pescado podrido. La imagen del campo, nada bucólica, mostraba siembras arrasadas por una plaga de insectos que la sobrevolaban. En fin, imágenes dantescas de terribles desastres naturales y de la decadencia de un mundo como el que vivimos.
Mientras mis ojos recorrían el cuadro, escuchaba los sollozos de mi hermanito que ya había sido vacunado y los gritos de mis hermanas, quienes se habían escondido en el escaparate o bajo la cama de la Sra. Consuelo, para escapar de ser inyectadas.
Por supuesto, yo tragaba grueso, imaginando mi propia suerte. No sé a qué le temía más: al puyazo o a las imágenes apocalípticas del cuadro. Me ponía a sacar la cuenta, pues el cuadro subtitulaba “Año 2000”. “Para el año 2000, seré una señora vieja, como de 36 años”, razonaba. “Ya habré hecho muchas cosas y seré tan grande que no tendré miedo al fin del mundo”.
Ya estamos en el 2010. Y aunque no me obsesiona el tema, no puedo dejar de recordar el cuadro, cuando reviso la prensa o internet, y encuentro tantas noticias negativas. Me intriga ¿cómo será el fin del mundo? ¿Será que tendremos que enfrentar más decadencia moral, ambiental, económica y política? ¿O la cosa será, como predicen algunas culturas: que un meteorito chocara con el planeta, sacándolo de su órbita y destruyendo las condiciones que hacen posible la vida en La Tierra?
Lo cierto es que, no se sabe cuándo ni cómo. Parafraseando al famoso Yogui Berra: el mundo no se acaba sino hasta que se termina.

domingo, 31 de octubre de 2010

Samhain

Ocaso del 31 de Octubre. El brillo suavizado del sol otoñal daba paso a la noche estrellada y fresca. Noche de límpido cielo aterciopelado, que auguraba frío.
La mujer alta, delgada, de largos y lacios cabellos negros, que llegaban hasta la pequeña cintura, vestía la túnica ceremonial del ritual pagano a los ancestros. Temprano había juntado la leña necesaria para la fogata que encendería en el patio posterior de la casa. Descolgó del perchero el chal de lana tejida, para cubrir sus hombros y salir al patio a disponer lo necesario sobre el altar.
A pocas millas, en el pueblo, los niños celebraban la noche de brujas, con sus disfraces coloridos, sus dulces y juegos inocentes, que sólo asustaban a los más pequeños. Las madres acompañaban a sus hijos de casa en casa, solicitando los tradicionales dulces que evitaban que los pequeños hicieran una travesura o truco, a las puertas de la casa visitada. Muchas de aquellas madres habían conocido a la Wicca, la mujer que esta noche, cada año, se aislaba en su casa en las afueras, para realizar el extraño ritual de la fogata, cuyo significado era oculto para todos en el pueblo, excepto para la misteriosa dama.
Fogata de leña fragante. Transformación. Mesa de madera cubierta con el mantel naranja. Abundancia. Circulo de sal gruesa dispuesto alrededor de la mesa. Protección. La vela del Dios y la de la Diosa a cada lado de la mesa. En el centro, las hogazas de pan, vegetales y manzanas como ofrenda a los dioses. La fotografía de los abuelos y padres muertos, acompañan la ofrenda. La mujer se sitúa frente al altar, levanta su mirada hacia el cielo, elevando sus brazos e iniciando el cántico ceremonial a los ancestros. En esta noche, no solo se inicia un nuevo año para ella y su gente, sino que también se descorre el sutil velo que separa este plano de vida del plano eterno, donde moran los espíritus de quienes, como ella, observan los milenarios preceptos y rituales de la hechicería.
La mujer se concentra en su canto, y su plegaria es el único sonido que se escucha en la fría pero clara noche.
Tocan a la puerta de la casa de la mujer. Ella continúa su plegaria, pues el ritual no debe ser interrumpido. El toque se repite, pero ella continúa orando. En el clímax de su plegaria, cuando solicita bendiciones para ella y su pueblo en el nuevo año, se escucha el trueno al frente de la casa. Una esfera de fuego se materializa al lado de la entrada que da al patio. Llega el fuego purificador que elimina los vestigios de la cosecha y prepara la tierra para un nuevo ciclo de siembra. El fuego que derrumba las construcciones perversas para permitir que se edifiquen nuevos hogares y lugares de devoción.
Estas imágenes están en la mente de la mujer durante su plegaria, pero también a su alrededor, en el espacio que ocupa su cuerpo físico, por lo que las llamas abrazan el altar, las ofrendas y su frágil cuerpo.
Amanecer del 1 de Noviembre. L edición del matutino local en este día, solía ser muy aburrida y predecible. La reseña del baile de Brujas en el club local, fotos divertidas de niños y madres recorriendo las calles l pueblo con su tradicional juego de “Dulce o Truco”. Hoy, además de estas noticias, se encontraba la reseña del incendio en la casa de Wilma Calister, la Wica. Las circunstancias no eran claras, pero todo parecía indicar que una broma de Halloween se había pasado de la raya, originando la explosión del automóvil de la dama, cuyas llamas pronto abrazaron la casa y el jardín posterior. Nadie había podido localizar a la dueña de la casa, quien todos los años permanecía en casa en esa noche, pero que esta vez parecía haber cambiado de planes, dejando residencia sola.
Piadosa hipótesis de los lugareños, al no encontrarse más que madera, cables y metales retorcidos en la escena del incendio. La verdad era que Wilma había salido esa noche a reunirse con sus padres, para no regresar a esta casa jamás. Por lo menos, no con el mismo cuerpo físico.
Samhain es un festival pagano que se celebra desde el ocaso del 31 de octubre hasta el ocaso del 1 de noviembre. Tiene su origen en rituales celtas de más de 3.000 años de antiguedad. Conmemora el final del ciclo anual, las cosechas y las eternas bendiciones de los dioses.


lunes, 28 de junio de 2010

Cuatro sentidos

Apenas abrí los ojos, me di vuelta bajo las sábanas para besar a mi esposo, como todas las mañanas. Rocé el bigote, pegado a la barba tupida y en mi mente se formó instantáneamente, el resto de su fisonomía. Cabello entrecano, cada vez más escaso. Frente amplia. Tez blanca, pero coloreada por el ejercicio cotidiano al aire libre. Las largas pestañas. El perfil de su nariz clásica. Un conjunto armónico y sereno a esta hora del día. Sin embargo, sus labios están fríos. Lo llamo. No responde. No percibo el subir y bajar rítmico de su pecho. Entro en pánico. Me incorporo, para colocar mi oreja sobre su pecho. No escucho nada. Pero aún creo que mi tacto y mi oído me engañan. . Lo sacudo. El peso de su cuerpo se me antoja extraño, excesivo. Ahogo un sollozo. Sigo llamándole por su nombre. ¡Frank! ¡Franky! Uso todos y cada uno de los apelativos cariñosos que le he endilgado en casi 40 años de convivencia. De pronto lo percibo. Un aroma ajeno, extraño. Uno que no pertenece a este cuarto. A este mundo.
A esa misma hora, en la cabina de primera clase del 747 de Air France con destino a Paris, Frank Moreuo saborea su bebida. Y su triunfo. Para cuando su esposa invidente descubra que, el cadáver a su lado no pertenece a su amado Franky, ya se habrá hecho efectiva la transferencia de todos sus millones, a una cuenta cifrada en Suiza, cuyo único beneficiario será Frank, bajo su nueva identidad.

sábado, 29 de mayo de 2010

¿Vértigo?

Marzo 1990. 9 pm. El ascensor se detuvo. Se abrieron las puertas y salimos los 7, uno por uno. Al fín, pensé. Estábamos en “Windows of the World”. Entregamos los abrigos y me detuvimos a observar. Las luces de la ciudad se veían a través de los enormes ventanales que circundaban el lugar. La iluminación del salón era tenue, como consciente de que lo más importante a ser visto, estaba fuera. Pensé que el restaurante era sólo una excusa para poder sentarse por horas, a contemplar la ciudad, la bahía, los ríos que flanquean la isla. A presenciar la energía de Manhattan. El grupo, cinco ejecutivos de Maraven, un colega y yo, fuimos escoltados hacia la mesa que reservé. Nuestra mesa, alejada del ventanal, nos ofrecía una vista panorámica del paisaje externo e interno. Gentes de todas partes del mundo, a juzgar por sus facciones o por la musicalidad de variados acentos que podía captar. Los mesoneros se desplazaban, en una coreografía eficiente. La gente de Maraven, contrario a mis expectativas, no me comentaban nada o lo hacían entre ellos, por lo bajo. Al estar sentados, les agradecí por aceptar la invitación y dije que esperaba que les agradara el sitio. Losetto, el ejecutivo de más edad, me miró angustiado. Los demás lo notaron y se echaron a reír. Oviol, jefe de todos ellos me aseguró, en su acento marabino refinado, que era una excelente elección, y que algunos de ellos estarían más a gusto si dejaran de pensar en las escaleras de emergencia.

lección de masoterapia inversa

Sonaba música suave. Dani yacía boca abajo sobre la colchoneta tibia y mullida, ubicada en el piso. Su cuerpo descubierto, excepto por una toalla a la altura de los glúteos, estaba totalmente relajado, pero expectante a las sensaciones que le aguardaban. Michel le atendería como en las últimas seis ocasiones. Descalza y sigilosa, Michel entró al recinto en penumbras, se arrodilló frente a Dani, impregnó sus manos en esencia de lavanda, y comenzó lentamente a esparcirla por la espalda de su cliente, de abajo hacia arriba. Las manos de Michel recorrían la espalda, paralelamente a la columna vertebral, haciendo una lígera presión al inicio de la zona lumbar. Seguía el recorrido dorsal, cervical varias veces para calentar y aflojar todos los músculos y ligamentos. Con su pulgar derecho, Michel rodeó el omóplato derecho de Dani, luego el izquierdo, para liberar la tensión de los romboides. Los músculos de la rabia, según la medicina china. Dani, más relajado, casi dormido, no sintió cuando los pulgares de Michel se deslizaron hacia sus hombros, presionando fuerte los trapecios, el tiempo suficiente para cortar la irrigación sanguínea hacía su cerebro. Dani no sintió dolor. De hecho, su expresión sería de placidés por toda la eternidad. Alias Michel se incorporó y salió de la cabina tan calladamente como entró. Abandonó el spa sin ser vista. Había cumplido con un contrato más.

jueves, 29 de abril de 2010

Sentimientos volteados

Llegué caminando a la plaza San Pedro, vestida con el infalible vestidito negro y sandalias altas. Traté de caminar lo más dignamente posible, aunque los adoquines de la vieja plaza no me estaban ayudando. Olvidé mis pies, y me concentré repasando en mi mente y en mi alma, las imágenes y sentimientos que me habían traido hasta aquí. “Debo decírselo esta noche”, me ordené. El ambiente era idóneo: la noche estrellada, la cálida brisa entre los árboles de la plaza que hacían añorar el mar más allá de la muralla. La luna asomándose tímidamente detrás de la torre del campanario de la iglesia, se me antojó curiosa pero discreta. Caminé hasta el restaurant que enfrenta la inglesia y cuyas mesas, a esa hora, ya acogían a varias parejas que conversaban. No me percaté de su presencia, hasta que escuché a mi lado que me decía: “¡Bienvenida princesa!” con su profunda voz y ese acento cantarín con el cual hablan en la zona cafetera. Me volví hacia él, nos encontramos en los ojos y allí mismo, nos dimos un beso. Pensé en ese instante, que después de todo, no iba a tener que decirle a mi mejor amigo, que me había enamorado de él y de su tierra.

miércoles, 28 de abril de 2010

Apariciones 1

UNO
La larga carretera entre San Felipe y San Pablo era angosta y monótona. Sobre todo a las 2 de la madrugada después de la larga jornada en el bowling, sirviendo en el bar y vigilando ruidosos adolescentes.
La noche era clara, con la típica luna llena de las películas de horror: redonda, brillante, oculta parcial y esporádicamente por una nube traslucida. Mientras rodaba hacia su destino, el auto hacia el único ruido que sonaba a civilización.
Si bien no era la primera vez que manejaba por allá, Robertó extrañó la presecencia de un letrero de señalización que advertía las curvas más adelante del sector conocido como Jaime. Esto le distrajo brevemente del camino. Su compañero Pepe se había quedado dormido. “Valiente copiloto”, pensó Roberto. Pero que más da, sólo los ojos del conductor son los que valen, a la hora de esquivar un hueco o un animal en la vía.
` Ni animal, ni en la via. “¿Qué es esa vaina?” Roberto pensó todo esto en menos de un segundo, auqne la luz que surcó el cielo en ese momento, tardó unos 4 o 5 segundos en pasar a la altura del borde superior del parabrisas y perderse del otro lado de la montaña.
Como si hubiera oído sus pensamientos, Pepe despertó sobresaltado y le preguntó:
 Roberto, ¿Viste eso? Que sería un cometa?
 ¡Que cometa ni que nada, esa cosa despedía fuego por todos lados!, - exclamo Roberto,
 No vale, estuviera prendido el monte, o se viera humo…
 Te digo que estaba encendido en llamas. Además, tu no viste nada, venías dormido!
 ¿No crees que valga la pena investigar? - Le preguntó Pepe a Roberto.
 ¿Te volviste loco? Yo sigo para mi casa, sin detenerme. Te dejó en la entrada de tu casa porque no te puedo lanzar con el carro rodando…
 Gracias querido amigo, - le dijo Pepe con tono irónico.
Y siguieron rodando. Pero la carretera seguía su curso, sin que las entradas de los pueblos y caseríos de la zona aparecieran cuando se suponía. Ya habían pasado más de 15 minutos desde el avistamiento de la luz y no llegaban a San Pablo.
` Roberto se empezó a preocupar. Queria llegar a casa, pero extrañamente el cansancio había desaparecido. Pepe por su parte, miraba hacia la noche, como tratando de descubrir que rastro había dejado la misteriosa luz tras su paso.
De repente, sin motivo aparente, el motor del auto se detuvo. Aunque las luces seguían encendidas, era como si se hubiera decidido a dejar de funcionar y solo por inercia, el auto rodó unos cuantos metros, hasta que se detuvo sin ruido.
 ¿Y ahora que? - Exclamó Roberto como reclamándole al auto su súbita pereza.
 Nos bajamos del carro y exploramos que era esa luz, - dijo animado Pepe.
Como para evitar que lo detuviera Roberto, Pepe bajó rápidamente del auto y comenzó a caminar por delante del haz de luz de los reflectores. Cuando se había perdido de vista, Roberto escuchó un grito pavoroso, en la dirección en la cual se había alejado Pepe.
Roberto se bajó también y fue corriendo hasta donde suponía que estaba Pepe. Lo encontró tendido en el pavimento, bocarriba y con los ojos abiertos. Parecía ver hacia las estrellas. Roberto lo llamaba desesperado, pero Pepe no le contestaba. Tenia pulso, estaba vivo sin duda, pero totalmente rígido y silencioso.
La ansiedad comenzó a apoderarse de Roberto. “¿Que hago?”, - se preguntaba. Pensó en mover a Pepe hasta el auto, dejarlo allí y caminar para pedir ayuda. Pero en ese momento escuchó la voz de Pepe que le decía: “Tranquilo, en unos minutos estoy de vuelta”.
¿Cómo era posible? ¿De vuelta de qué? ¿De dónde? El Pepe estaba tirado en el suelo, rígido, sin habla, ¡¿Cómo le iba a escuchar?!.
“Estoy en tu mente”, le dijo Pepe. “O mejor dicho, comunicándome directamente contigo desde mi pensamiento hasta el tuyo”.
“¡Ahora si me volvÍ loco, o se volvió loco este Pepe!”, pensó Roberto.
“No es una locura, es una forma más avanzada de comunicación que estos seres de luz me han enseñado”.
“¿Qué seres?” preguntó en su mente Roberto, quien comenzaba a asombrarse de lo rápido y fácil que era comunicarse de esta manera.
“Los seres que provienen de la luz que vimos hace menos de media hora, según nuestro tiempo”, le dijo Pepe.
Pepe comenzó a decirle que esa luz había transportado hasta ese momento y lugar, a tres seres de una dimensión superior, quienes están tratando de enseñarnos a nosotros, seres de esta dimensión, a desarrollar nuevas formas de vida, más evolucionadas.
Roberto cuestionó inmediatamente las expresiones: “otra dimensión superior”, “evolución”… le sonaba a esos libros de auto ayuda que leia su madre y que a él le parecían perder el tiempo y el dinero tratando de ser lo que no se era.
Sin embargo, la fuerza con la que percibía estas ideas, supuestamente transmitidas por Pepe, no le dejaban lugar ni para cuestionar, ni para pensar en otra cosa.
De repente, y sin darse cuenta, Pepe estaba a su lado de pie y con una sonrisa en su rostro que Roberto nunca le había visto antes.
“Esto es sorprendente”, pensaba Pepe y Roberto percibía en su mente. “Imagínate podernos comunicar sin usar papel, o líneas telefónicas o internet. ¿Podremos comunicarnos con cualquiera o a cualquier distancia? Ya probamos estando cerca y colocndo ideas desde mi cabeza hacía la tuya Roberto, ahora intenta tu decirme algo”.
Pepe le transmitía muchas ideas que Roberto no podía procesar. Parecía que su compañero poseía una velocidad mental mil veces mayor a la de él. Como si le dijera miles de palabras por minuto que le hacían imposible entender las ideas, pues no había terminado de escuchar una cuando la otra ya iba por la mitad.
Roberto se sentía atemorizado por esta situación. No entendía por que les estaba ocurriendo esto a ellos. Qué circunstancia o designio superior les había llevado a avistar esa luz y a Pepe a caer en aquel trance loco, que no solo le afectaba a él sino a ambos.
En un momento, sin saber por qué, Roberto se sintió paralizado, rígida. No logró articular palabra ni gritar. Simplemente, se dejó caer en el asfalto. Sintió el frio de la noche, la luz de las estrellas quemándole las pupilas, y miles de ideas surcándole la mente, como una película en alta velocidad, donde de repente un objeto aparece y reaparece a metros de distancia, sin que nadie le mueva.
La cara de Pepe fue visible, y pudo escuchar su voz a una velocidad normal. El resto del paisaje estaba como detenido, las nubes frente a la luna, las hojas de los arboles quietas. Solo podía comprender que estaba allí para recibir un mensaje, sin cuestionamientos.

Plié

Para empacar sus cosas, María contaba con un par de maletas Sansonite tipo “ostra”, dignas de la artista que algún día pensó ser. María tomó aire, dobló las rodillas y alzó cada maleta por turno, para colocarlas lado a lado sobre la cama. “¡Qué pesadas!” pensó. ¿O era el remordimiento? Abrió las maletas y se puso a trabajar. Comenzó por descolgar todos los pantalones y chaquetas, para colocarlos en el fondo de las maletas. A continuación descolgó y dobló las blusas, franelas y topes. Sacó los zapatos y zapatillas y por pares, las fue metiendo en bolsas plásticas individuales, que fue repartiendo en cada maleta. Después se concentró en las gavetas. Sacó y colocó en las maletas la ropa interior, leotardos, medias. De repente, en el fondo de la segunda gaveta, comenzaron a aparecer un sinfín de cosas que tenía olvidadas. Hizo espacio sobre la cama, separando las maletas hacia los extremos del colchón, sacó la gaveta y se sentó en la cama para revisarla. Apareció el programa del Bolshoi cuando se presentó en la ciudad por primera vez, cintas, hilo y agujas para reparar zapatillas. También aparecieron varias fotografías de la época de sus clases: María y sus compañeras ejercitándose en la barra, observando a la maestra ejecutar un gran plié. En otra de las fotos aparecía María con Tom, ejecutando una pirueta que ella ni recordaba que podía hacer. Con nostalgia, María continuó desocupando gavetas, colocando los recuerdos, en una caja de zapatos que estaba un poco vieja y abollada.

lunes, 5 de abril de 2010

Escena 1

Esa mañana Alanis se había levantado muy temprano. La presentación del Plan Anual era a las 10am. Este iba a ser una especie de debut en sociedad para Alanis, dado que su jefe, el señor Figuera, le había asignado presentar la sección de Proyecciones de Ventas. La audiencia serían colegas de la Casa Matriz que estarían colaborando durante todo un año con ellos, en la subsidiaria local.
A las 9:45am Alanis se encontraba sola en la sala de conferencias, ajustando la resolución del computador para la presentación. De repente escuchó voces a su espalda, pero en particular una voz masculina que resaltaba. Se volvió y lo vió. Era un hombre de unos 30 y tantos, no muy alto, no muy guapo, pero definitivamente magnético. Alanis lo siguió con la mirada y notó su vitalidad, su seguridad y algo, una fuerza viril y seductora que la hizo caer en cuenta que ella se sentía húmeda y excitada como nunca antes se había sentido. Es que la circunstancia le parecía única, premonitoria.
Alanis sentía su pulso acelerarse y la presión de la sangre en sus centros vitales, el rostro, su vulva. Parecía que se iba a quedar sin aliento, aunque respiraba normalmente, en un esfuerzo por disimular su excitación. Se concentró en terminar de ajustar el computador hasta que le interrumpió Alex, uno de los gerentes locales, quien venía a presentarles a los colegas recién llegados.
Así sin más, se encontró estrechando la mano de aquel hombre, Richard Misakis, quien estaría trabajando con ellos por un año como mentor de Alanis, en el programa de Desarrollo Gerencial. Alanis sonrió lo más “corporativamente” que pudo. “¡Auxilio!” Iba a necesitar de todas sus fuerzas para mantener la compostura.

Adios

La madre regresó a la habitación donde se encontraba su hija empacando sus cosas. Ya casi hacían 3 años desde que la chica había llegado a la capital y todo ese tiempo había vivdo en aquella casa.

“La residencia” como le llamaba la madre, era un apartamento de 4 dormitorios, habitado por una familia que acogió a a chica como a un miembro más. “No de gratis” pensaba la madre, pues la habitación la pagaba puntualmente tarde, cada mes. Pero el hecho de que la chica congeniara y fuera un buen ejemplo paralos hijos de la familia, le ganó un trato cariñoso de la familia.

Hasta que la chica se enamoró. Y eso era algo que ni la madre entendía, pues la chica venía a estudiar, no a perder el tiempo en amoríos. Y menos aun, a poner en entredicho la crianza que había recivbido. Esto último era lo que realmente irritaba a la madre. “y encima, mi hija siente afecto por estagente!, hasta los presentaba como sus tios y primos”.

Así que casi sim ver a los ojos a la hija, le ordenó que se apurara a empacar y ella misma descolgaba vestidos y vaciaba gavetas para que pudieran salir pronto de allí. Cuando su hija quiso despedirse de la familia, la madre le dijo que no hiciera el ridículo, porque la señora la estaba botando porque, desde que tenía novio, ya no se responsabilizaba por la chica.

Todavía en esa época, la la muchacha no dudaba de la palabra de su madre y, aunque la muchacha se limitó a dar las gracias al salir y no demostró la tristeza que sentía, ella se llevó en su memoria solo buenos recuerdos de aquella familia.

martes, 23 de marzo de 2010

Presentación

Y desde cuando escribo? Construir palabras en papel lo hago desde los 3 años. Pero expresar mis ideas con coherencia, y lo más dificil, para que a alguien le guste o le paresca interesante, la verdad no se si aun lo se hacer.

Sin embargo, hay tres personas a quien debo agradecer por su estímulo tempranas. A mi Mamatía, quien desde que aprendí a poner letras juntas, leía mis escritos, canciones y cuentos. A mis amigos Chichí Rivas y Fiorella Lacruz, a quienes envíe largas cartas en mi adolescia y juventud, con cuentos, crónicas y anecdotas reales y ficticias y que siempre me respondían con un "escríbeme más seguido, que disfruto tus cuentos!".

Quisiera dedicar mi trabajo, como muchas otras cosas importantes, a José y Andrés. Aunque se los he dicho muchas veces, nunca está demás repetir que los amo. Y a Dios, por ser el responsable de que esté aquí, ojalá, para bien!