Muestro lo que percibo...

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lunes, 28 de junio de 2010

Cuatro sentidos

Apenas abrí los ojos, me di vuelta bajo las sábanas para besar a mi esposo, como todas las mañanas. Rocé el bigote, pegado a la barba tupida y en mi mente se formó instantáneamente, el resto de su fisonomía. Cabello entrecano, cada vez más escaso. Frente amplia. Tez blanca, pero coloreada por el ejercicio cotidiano al aire libre. Las largas pestañas. El perfil de su nariz clásica. Un conjunto armónico y sereno a esta hora del día. Sin embargo, sus labios están fríos. Lo llamo. No responde. No percibo el subir y bajar rítmico de su pecho. Entro en pánico. Me incorporo, para colocar mi oreja sobre su pecho. No escucho nada. Pero aún creo que mi tacto y mi oído me engañan. . Lo sacudo. El peso de su cuerpo se me antoja extraño, excesivo. Ahogo un sollozo. Sigo llamándole por su nombre. ¡Frank! ¡Franky! Uso todos y cada uno de los apelativos cariñosos que le he endilgado en casi 40 años de convivencia. De pronto lo percibo. Un aroma ajeno, extraño. Uno que no pertenece a este cuarto. A este mundo.
A esa misma hora, en la cabina de primera clase del 747 de Air France con destino a Paris, Frank Moreuo saborea su bebida. Y su triunfo. Para cuando su esposa invidente descubra que, el cadáver a su lado no pertenece a su amado Franky, ya se habrá hecho efectiva la transferencia de todos sus millones, a una cuenta cifrada en Suiza, cuyo único beneficiario será Frank, bajo su nueva identidad.