Muestro lo que percibo...

Muestro lo que percibo...

jueves, 29 de abril de 2010

Sentimientos volteados

Llegué caminando a la plaza San Pedro, vestida con el infalible vestidito negro y sandalias altas. Traté de caminar lo más dignamente posible, aunque los adoquines de la vieja plaza no me estaban ayudando. Olvidé mis pies, y me concentré repasando en mi mente y en mi alma, las imágenes y sentimientos que me habían traido hasta aquí. “Debo decírselo esta noche”, me ordené. El ambiente era idóneo: la noche estrellada, la cálida brisa entre los árboles de la plaza que hacían añorar el mar más allá de la muralla. La luna asomándose tímidamente detrás de la torre del campanario de la iglesia, se me antojó curiosa pero discreta. Caminé hasta el restaurant que enfrenta la inglesia y cuyas mesas, a esa hora, ya acogían a varias parejas que conversaban. No me percaté de su presencia, hasta que escuché a mi lado que me decía: “¡Bienvenida princesa!” con su profunda voz y ese acento cantarín con el cual hablan en la zona cafetera. Me volví hacia él, nos encontramos en los ojos y allí mismo, nos dimos un beso. Pensé en ese instante, que después de todo, no iba a tener que decirle a mi mejor amigo, que me había enamorado de él y de su tierra.

miércoles, 28 de abril de 2010

Apariciones 1

UNO
La larga carretera entre San Felipe y San Pablo era angosta y monótona. Sobre todo a las 2 de la madrugada después de la larga jornada en el bowling, sirviendo en el bar y vigilando ruidosos adolescentes.
La noche era clara, con la típica luna llena de las películas de horror: redonda, brillante, oculta parcial y esporádicamente por una nube traslucida. Mientras rodaba hacia su destino, el auto hacia el único ruido que sonaba a civilización.
Si bien no era la primera vez que manejaba por allá, Robertó extrañó la presecencia de un letrero de señalización que advertía las curvas más adelante del sector conocido como Jaime. Esto le distrajo brevemente del camino. Su compañero Pepe se había quedado dormido. “Valiente copiloto”, pensó Roberto. Pero que más da, sólo los ojos del conductor son los que valen, a la hora de esquivar un hueco o un animal en la vía.
` Ni animal, ni en la via. “¿Qué es esa vaina?” Roberto pensó todo esto en menos de un segundo, auqne la luz que surcó el cielo en ese momento, tardó unos 4 o 5 segundos en pasar a la altura del borde superior del parabrisas y perderse del otro lado de la montaña.
Como si hubiera oído sus pensamientos, Pepe despertó sobresaltado y le preguntó:
 Roberto, ¿Viste eso? Que sería un cometa?
 ¡Que cometa ni que nada, esa cosa despedía fuego por todos lados!, - exclamo Roberto,
 No vale, estuviera prendido el monte, o se viera humo…
 Te digo que estaba encendido en llamas. Además, tu no viste nada, venías dormido!
 ¿No crees que valga la pena investigar? - Le preguntó Pepe a Roberto.
 ¿Te volviste loco? Yo sigo para mi casa, sin detenerme. Te dejó en la entrada de tu casa porque no te puedo lanzar con el carro rodando…
 Gracias querido amigo, - le dijo Pepe con tono irónico.
Y siguieron rodando. Pero la carretera seguía su curso, sin que las entradas de los pueblos y caseríos de la zona aparecieran cuando se suponía. Ya habían pasado más de 15 minutos desde el avistamiento de la luz y no llegaban a San Pablo.
` Roberto se empezó a preocupar. Queria llegar a casa, pero extrañamente el cansancio había desaparecido. Pepe por su parte, miraba hacia la noche, como tratando de descubrir que rastro había dejado la misteriosa luz tras su paso.
De repente, sin motivo aparente, el motor del auto se detuvo. Aunque las luces seguían encendidas, era como si se hubiera decidido a dejar de funcionar y solo por inercia, el auto rodó unos cuantos metros, hasta que se detuvo sin ruido.
 ¿Y ahora que? - Exclamó Roberto como reclamándole al auto su súbita pereza.
 Nos bajamos del carro y exploramos que era esa luz, - dijo animado Pepe.
Como para evitar que lo detuviera Roberto, Pepe bajó rápidamente del auto y comenzó a caminar por delante del haz de luz de los reflectores. Cuando se había perdido de vista, Roberto escuchó un grito pavoroso, en la dirección en la cual se había alejado Pepe.
Roberto se bajó también y fue corriendo hasta donde suponía que estaba Pepe. Lo encontró tendido en el pavimento, bocarriba y con los ojos abiertos. Parecía ver hacia las estrellas. Roberto lo llamaba desesperado, pero Pepe no le contestaba. Tenia pulso, estaba vivo sin duda, pero totalmente rígido y silencioso.
La ansiedad comenzó a apoderarse de Roberto. “¿Que hago?”, - se preguntaba. Pensó en mover a Pepe hasta el auto, dejarlo allí y caminar para pedir ayuda. Pero en ese momento escuchó la voz de Pepe que le decía: “Tranquilo, en unos minutos estoy de vuelta”.
¿Cómo era posible? ¿De vuelta de qué? ¿De dónde? El Pepe estaba tirado en el suelo, rígido, sin habla, ¡¿Cómo le iba a escuchar?!.
“Estoy en tu mente”, le dijo Pepe. “O mejor dicho, comunicándome directamente contigo desde mi pensamiento hasta el tuyo”.
“¡Ahora si me volvÍ loco, o se volvió loco este Pepe!”, pensó Roberto.
“No es una locura, es una forma más avanzada de comunicación que estos seres de luz me han enseñado”.
“¿Qué seres?” preguntó en su mente Roberto, quien comenzaba a asombrarse de lo rápido y fácil que era comunicarse de esta manera.
“Los seres que provienen de la luz que vimos hace menos de media hora, según nuestro tiempo”, le dijo Pepe.
Pepe comenzó a decirle que esa luz había transportado hasta ese momento y lugar, a tres seres de una dimensión superior, quienes están tratando de enseñarnos a nosotros, seres de esta dimensión, a desarrollar nuevas formas de vida, más evolucionadas.
Roberto cuestionó inmediatamente las expresiones: “otra dimensión superior”, “evolución”… le sonaba a esos libros de auto ayuda que leia su madre y que a él le parecían perder el tiempo y el dinero tratando de ser lo que no se era.
Sin embargo, la fuerza con la que percibía estas ideas, supuestamente transmitidas por Pepe, no le dejaban lugar ni para cuestionar, ni para pensar en otra cosa.
De repente, y sin darse cuenta, Pepe estaba a su lado de pie y con una sonrisa en su rostro que Roberto nunca le había visto antes.
“Esto es sorprendente”, pensaba Pepe y Roberto percibía en su mente. “Imagínate podernos comunicar sin usar papel, o líneas telefónicas o internet. ¿Podremos comunicarnos con cualquiera o a cualquier distancia? Ya probamos estando cerca y colocndo ideas desde mi cabeza hacía la tuya Roberto, ahora intenta tu decirme algo”.
Pepe le transmitía muchas ideas que Roberto no podía procesar. Parecía que su compañero poseía una velocidad mental mil veces mayor a la de él. Como si le dijera miles de palabras por minuto que le hacían imposible entender las ideas, pues no había terminado de escuchar una cuando la otra ya iba por la mitad.
Roberto se sentía atemorizado por esta situación. No entendía por que les estaba ocurriendo esto a ellos. Qué circunstancia o designio superior les había llevado a avistar esa luz y a Pepe a caer en aquel trance loco, que no solo le afectaba a él sino a ambos.
En un momento, sin saber por qué, Roberto se sintió paralizado, rígida. No logró articular palabra ni gritar. Simplemente, se dejó caer en el asfalto. Sintió el frio de la noche, la luz de las estrellas quemándole las pupilas, y miles de ideas surcándole la mente, como una película en alta velocidad, donde de repente un objeto aparece y reaparece a metros de distancia, sin que nadie le mueva.
La cara de Pepe fue visible, y pudo escuchar su voz a una velocidad normal. El resto del paisaje estaba como detenido, las nubes frente a la luna, las hojas de los arboles quietas. Solo podía comprender que estaba allí para recibir un mensaje, sin cuestionamientos.

Plié

Para empacar sus cosas, María contaba con un par de maletas Sansonite tipo “ostra”, dignas de la artista que algún día pensó ser. María tomó aire, dobló las rodillas y alzó cada maleta por turno, para colocarlas lado a lado sobre la cama. “¡Qué pesadas!” pensó. ¿O era el remordimiento? Abrió las maletas y se puso a trabajar. Comenzó por descolgar todos los pantalones y chaquetas, para colocarlos en el fondo de las maletas. A continuación descolgó y dobló las blusas, franelas y topes. Sacó los zapatos y zapatillas y por pares, las fue metiendo en bolsas plásticas individuales, que fue repartiendo en cada maleta. Después se concentró en las gavetas. Sacó y colocó en las maletas la ropa interior, leotardos, medias. De repente, en el fondo de la segunda gaveta, comenzaron a aparecer un sinfín de cosas que tenía olvidadas. Hizo espacio sobre la cama, separando las maletas hacia los extremos del colchón, sacó la gaveta y se sentó en la cama para revisarla. Apareció el programa del Bolshoi cuando se presentó en la ciudad por primera vez, cintas, hilo y agujas para reparar zapatillas. También aparecieron varias fotografías de la época de sus clases: María y sus compañeras ejercitándose en la barra, observando a la maestra ejecutar un gran plié. En otra de las fotos aparecía María con Tom, ejecutando una pirueta que ella ni recordaba que podía hacer. Con nostalgia, María continuó desocupando gavetas, colocando los recuerdos, en una caja de zapatos que estaba un poco vieja y abollada.

lunes, 5 de abril de 2010

Escena 1

Esa mañana Alanis se había levantado muy temprano. La presentación del Plan Anual era a las 10am. Este iba a ser una especie de debut en sociedad para Alanis, dado que su jefe, el señor Figuera, le había asignado presentar la sección de Proyecciones de Ventas. La audiencia serían colegas de la Casa Matriz que estarían colaborando durante todo un año con ellos, en la subsidiaria local.
A las 9:45am Alanis se encontraba sola en la sala de conferencias, ajustando la resolución del computador para la presentación. De repente escuchó voces a su espalda, pero en particular una voz masculina que resaltaba. Se volvió y lo vió. Era un hombre de unos 30 y tantos, no muy alto, no muy guapo, pero definitivamente magnético. Alanis lo siguió con la mirada y notó su vitalidad, su seguridad y algo, una fuerza viril y seductora que la hizo caer en cuenta que ella se sentía húmeda y excitada como nunca antes se había sentido. Es que la circunstancia le parecía única, premonitoria.
Alanis sentía su pulso acelerarse y la presión de la sangre en sus centros vitales, el rostro, su vulva. Parecía que se iba a quedar sin aliento, aunque respiraba normalmente, en un esfuerzo por disimular su excitación. Se concentró en terminar de ajustar el computador hasta que le interrumpió Alex, uno de los gerentes locales, quien venía a presentarles a los colegas recién llegados.
Así sin más, se encontró estrechando la mano de aquel hombre, Richard Misakis, quien estaría trabajando con ellos por un año como mentor de Alanis, en el programa de Desarrollo Gerencial. Alanis sonrió lo más “corporativamente” que pudo. “¡Auxilio!” Iba a necesitar de todas sus fuerzas para mantener la compostura.

Adios

La madre regresó a la habitación donde se encontraba su hija empacando sus cosas. Ya casi hacían 3 años desde que la chica había llegado a la capital y todo ese tiempo había vivdo en aquella casa.

“La residencia” como le llamaba la madre, era un apartamento de 4 dormitorios, habitado por una familia que acogió a a chica como a un miembro más. “No de gratis” pensaba la madre, pues la habitación la pagaba puntualmente tarde, cada mes. Pero el hecho de que la chica congeniara y fuera un buen ejemplo paralos hijos de la familia, le ganó un trato cariñoso de la familia.

Hasta que la chica se enamoró. Y eso era algo que ni la madre entendía, pues la chica venía a estudiar, no a perder el tiempo en amoríos. Y menos aun, a poner en entredicho la crianza que había recivbido. Esto último era lo que realmente irritaba a la madre. “y encima, mi hija siente afecto por estagente!, hasta los presentaba como sus tios y primos”.

Así que casi sim ver a los ojos a la hija, le ordenó que se apurara a empacar y ella misma descolgaba vestidos y vaciaba gavetas para que pudieran salir pronto de allí. Cuando su hija quiso despedirse de la familia, la madre le dijo que no hiciera el ridículo, porque la señora la estaba botando porque, desde que tenía novio, ya no se responsabilizaba por la chica.

Todavía en esa época, la la muchacha no dudaba de la palabra de su madre y, aunque la muchacha se limitó a dar las gracias al salir y no demostró la tristeza que sentía, ella se llevó en su memoria solo buenos recuerdos de aquella familia.